«CELIA VIÑAS EN LA MOLINETA», artículo del escritor Juan José Ceba

Artículo del escritor Juan José Ceba, publicado en LA VOZ DE ALMERÍA, en su sección «Los papeles de Iris»

Vuelvo a los versos de Celia Viñas, brío y fuerza fecundadora, buscando la respuesta de la ciudad arrinconada por la falta de claridad sobre su porvenir: “Por las secas gargantas de tus montes/ mi sueño de agua remansado en trino/ y en ondeos de verdes esperanzas”. Mientras, miles de personas se unen a la defensa  de La Molineta, espacio donde ha de germinar un parque inmenso, absolutamente necesario para el deleite, el encuentro del goce con la naturaleza, la presencia de caminantes por sus antiguas sendas y descubrimiento de su legado sobre el agua.

             El gran sueño de Celia sobre Almería, animado por el amor y el dolor más extremo, era verla convertida en una ciudad con el prodigio de la vegetación radiante, una hermosa criatura frutecida que surge del deseo y de la unión sobrehumana con el suelo yermo. La escritora dejó un estremecedor testamento poético, anhelo de maternidad para la tierra, aún no cumplido, y al que hemos de atender tantos de sus hijas e hijos espirituales y vecindad despierta. A ver si lo entendemos y nos ponemos en acción. Ella quería, con todo el ser, que tras su muerte surgiera un árbol de sus huesos: “Si hay un árbol, sabrán todos que debajo está mi cuerpo”. Miraba hacia un mañana (acaso este hoy que ha de ser Verde para sobrevivir y respirar) y veía los parques que ansiaba y que aún no hemos hecho crecer: “Todos mis sueños pájaros en vuelo/ sobre los pinos futuros y ciertos/ de tus bosques del mañana, mi Almería”. “Si mi muerte te da un árbol, muero”. Unión en cuerpo y en espíritu con sus cerros. Son versos que trazan una herencia, una senda de luz y de germinación, a la que hemos de responder sin demora.

             La pérdida de la Vega ha supuesto una calamidad, un golpe de insensibilidad de serias consecuencias, al que puede seguir el recorte y amputación del Parque de La Molineta, no aceptado desde colectivos cada vez más resistentes.

             Releer los paseos deliciosos de Celia por nuestro campo –ya arrasado- maravillada por la música de sus acequias, nos asoma a la enorme dimensión de lo perdido, paisajes y emociones muy hondas, que ya es imposible recuperar: “Por la Vega canta, encanta/ el llanto de las acequias, / su verdura más callada”.

             La tierra apetecida (no para el enriquecimiento de unos pocos) sino para beneficio y fascinación de todas las gentes de la urbe. Sitio y legado para las generaciones de hoy, y las que han de venir. Espacio que ha de ser entregado –y ennoblecido- con inteligencia, valoración y largueza.

             No perder el contacto y la prolongación de la naturaleza entre nosotros, ser parte de esa dimensión no interrumpida. Sentir que seguimos formando parte de un todo y que no hemos sido desprendidos de él o expulsados sin miramiento de nuestro paraíso.

 En La Molineta, estos versos, cobran de pronto una irradiación bienhechora. Estamos en un lugar único, con sus valles, elevaciones y huellas fascinantes del pasado, con los desvelos materiales por la sed antigua.

 Sabernos sucesores de los cultivadores de huertos y jardines, por los vergeles interiores de la medina. Hacer real y palpable el deseo de floración de Celia, que intensificó en su década de entrega absoluta a nuestra tierra. Que sus versos cobren el verdadero sentido y se troquen en  sustancia vegetal de este espacio. “Si mi cuerpo te da un árbol, muero”, poesía que es diálogo en trance agónico, fusión total y entrega sin reservas a su tierra sedienta. Darse sin límite, para el amor que expande su arboleda. Este, y no otro, es el testamento de esta mujer arrolladora. Ha llegado el tiempo de cumplirlo. Y uno de los lugares para verlo crecer exuberante ha de ser el Parque de La Molineta. En cada rama de sus pinos, palmeras y algarrobos hay una llamada solidaria y definitiva.

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