«DISUÉLVANSE», artículo de Andrés García Ibáñez

Artículo de Andrés García Ibáñez, pintor y director del Museo Casa Ibáñez de OIula del Río, en su sección «Más Madera» de «Diario de Almería»

La semana pasada celebramos en Almería el segundo encuentro de todos los colectivos civiles –asociaciones, plataformas, grupos y fundaciones- que trabajan en la defensa del patrimonio histórico y cultural de nuestra provincia. Una jornada organizada, una vez más, por los Amigos de la Alcazaba, que tan importantes logros y prestigio social están consiguiendo con su lucha y afán. La convocatoria tuvo un enorme éxito de participación y se constituyó en un foro de análisis que gana terreno frente a una administración cultural cada vez más cuestionada.

En nuestra provincia hay un creciente interés por la defensa del patrimonio como fuente de cultura y de desarrollo de los pueblos, en especial de las zonas rurales que necesitan un turismo revitalizador. Proliferan los colectivos e individualidades que, con enorme fuerza concienciadora, han creado todo un movimiento civil sin precedentes históricos en nuestro territorio. Frente a esta creciente legitimación de los argumentos de la sociedad  en materia patrimonial, se acusa una imparable deslegitimación de la administración competente, que goza ya de un descrédito más que notable. Las razones hay que buscarlas en una política cultural lamentable e indigna, continuada y persistente en el tiempo, que no ha cambiado un ápice; más bien ha engordado sus defectos y vicios hasta asfixiar toda sensatez de planteamientos demandados por la ciudadanía. Una política que prima el fasto temporal por encima de la permanencia, que actúa de forma improvisada y sobre la marcha, sin un plan global que establezca prioridades, y que trabaja, casi exclusivamente, por el lustre mediático y electoralista de sus representantes, invirtiendo en ello la mayor parte del presupuesto público destinado a su competencia. En esta política cultural, usada por la casta como elemento propagandista, se acusan, de una forma muy evidente, los síntomas y procederes de una partitocracia bien consolidada. Junto a los representantes, hay que mencionar también la demostrada incompetencia y falta de cualificación, pasividad e ineficacia, de algunos técnicos de la misma administración. Ello propicia inadecuadas figuras de protección para los bienes en más de una ocasión y, cuando la ridiculez presupuestaria lo permite, intervenciones desacertadas que han alterado de forma irreversible la esencia de muchos inmuebles, cuando no su destrucción total o parcial.

La escasez de presupuestos de la Consejería de Cultura, que tiene la competencia en materia de patrimonio y museos, junto a su falta de previsión y coherencia, viene determinando un panorama de actuaciones irracionales por el territorio, materializadas por los ayuntamientos y sufragadas con subvenciones de todo tipo, procedentes de otras administraciones supramunicipales; fondos europeos, programas de desarrollo de zonas rurales, cantidades aportadas por la Consejería de Agricultura o la de Turismo, inversiones de la Diputación, estatales sin una lógica cultural de peso…etc. Suele primar en estos casos el oportunismo del alcalde de turno, sin un proyecto serio ni idea defendible; se acumulan centros de interpretación, vacíos o disparatados, que acaban cerrados e inservibles.

En el comienzo del encuentro conocimos los presupuestos globales de la Consejería de Cultura para nuestra provincia en 2011; unos tres millones de euros. Se reducen más de la mitad con respecto al año anterior, más del doble que en el resto de Andalucía. Una tercera parte –casi un millón de euros- son gastos corrientes y de personal. Otra tercera parte para el CAF y ochocientos mil euros para el Cable Ingles. Y nada más. Salvando a éste último –que ya le tocaba- la inversión de la Consejería para conservación restauración y mantenimiento del patrimonio almeriense es cero euros. Para los museos del Registro, cero euros también. La pregunta es entonces más que evidente; ¿para qué sirve la Consejería de Cultura?, ¿qué hace?, ¿para qué queremos la Dirección General de Bienes Culturales o la de Museos?, ¿necesitamos una administración endogámica que emplea su presupuesto en mantenerse a sí misma? Disuélvanse, por favor. Desaparezcan.

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