«LA HOYA LEKU», artículo de Andrés García Ibáñez

Artículo publicado por Andrés García Ibáñez, pintir y director del Museo Casa Ibáñez de Olula del Río, en su sección «Más Madera» de LA VOZ DE ALMERÍA

El acero corten es una aleación obtenida con hierro y otros elementos químicos como el cobre, níquel y cromo. Tiene una oxidación superficial que le otorga protección frente a la corrosión atmosférica, sin perder por ello sus propiedades mecánicas. Esta oxidación crea una película impermeable al agua, evitando su avance hacia el interior de la pieza. Ello exime de otras protecciones como la galvanización o la aplicación de pintura. No obstante, en lugares costeros y otros ambientes agresivos este acero puede corroerse a una velocidad inesperada. Su composición química le otorga un característico color marrón anaranjado mate, aunque en el contacto atmosférico se oscurece mucho más, pudiendo llegar a un pardo casi negruzco. Su principal desventaja  en exteriores es que las partículas de óxido superficiales se desprenden con mucha facilidad; el agua de lluvia las arrastra, manchando de forma irreversible cuanto encuentra a su paso.

Pese a todo ello, ha sido un material fundamental para algunos escultores de renombre   como Eduardo Chillida o Richard Serra. También causó furor entre una legión arquitectos de los años noventa y sigue siendo hoy utilizado por muchos otros. Ello se debe a la belleza intrínseca de su textura mate y a la oportunidad de transgresión de la norma tradicional -que ha huido siempre de toda oxidación en los metales- que su uso ofrece para muchos arquitectos con clara voluntad de ruptura y otros instalados, por qué no decirlo, en un esnobismo manifiesto y unas ansias por significarse –en alarde de pretendida genialidad-cuando no viene al cuento.

El caso que nos ocupa se refiere a una de estas intervenciones, ocurrida hace muy pocos días en uno de los parajes más bellos de la capital almeriense. En la Hoya, entre la Alcazaba y el cerro de San Cristóbal , frente a la reserva de fauna sahariana y muy cerca de la Chanca, la Junta restaura algunas de las torres semiderruidas de la antigua muralla medieval del siglo X que protegía  la ciudad durante el período califal. Para completar visualmente el volumen de estas torres se han instalado unas chapas de acero corten recortado, apoyadas directamente sobre el tapial original de la construcción árabe. El efecto estético es de una agresividad intolerable; rompe por completo la placidez y armonía de un entorno grandioso y mediterráneo. Destruye la adaptación al entorno natural  -ritmos, forma y tono- de la muralla antigua. Como muelas empastadas en marrón oscuro destacan las prótesis de metal; puntos de máxima atención en aquel espacio, ortopedias para un tiempo de aberraciones y sinsentidos. Actuación contra un patrimonio desamparado; víctima de una administración que ha perdido definitivamente todos los papeles. Las lluvias del otro día ya han cumplido su trabajo, arrastrando por el tapial de la muralla las manchas de óxido; un tinte ligero que irá intensificándose en futuras inclemencias.

Tras el cierre del Chillida Leku en San Sebastián, sumido todavía en el análisis –por una comparación que me toca de cerca- de lo ocurrido con el centro vasco, visito el otro día –en compañía de Antonio Gil- este nuevo museo al aire libre para el acero corten. Una incursión presidida por la estupefacción y el asombro indignado. Constatamos, por enésima vez, el aumento de la capacidad destructora de aquellos que deberían, por competencia y prescripción legal, emplearse en la protección de monumentos. En la búsqueda de autores responsables, legitimados por la administración que les contrata en sorprendente reincidencia, las primeras noticias apuntan al mismo equipo que dañó con ensañamiento el mausoleo de Abla. Ante todo ello, y tras haber lamentado hace pocas semanas el escasísimo presupuesto de la Junta para la restauración del patrimonio almeriense, preferimos –visto lo visto- que esa dotación económica sea totalmente nula como única forma de frenar este impresionante crescendo destructor.

Pero cada cual se aprovecha a su manera; los niños del lugar ya han encontrado una forma de diversión. Subidos en lo más alto de la última torre, lanzan piedras contra el metal propiciando estruendos que reverberan en la concavidad del gran espacio. Novedoso instrumento musical que hará insoportable la vida a las pobres gacelas, prisioneras tras la muralla. Y una nueva modalidad de museo interactivo.

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