«MULEY BUSCA EL ALBA» y «ALBA DESDE LAS TORRES», DE JUAN JOSÉ CEBA

EL POETA JUAN JOSÉ CEBA NOS ENVÍA ESTOS DOS ARTÍCULOS. REFLEXIONES SOBRE EL SIGNIFICADO DEL «AMANECER EN LA ALCAZABA». POR UNA PARTE LA INFAME EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS HACE 400 AÑOS («MULEY BUECA EL ALBA»). POR OTRA, LA BELLEZA QUE OFRECE LA VISIÓN DE NUESTRA CIUDAD DESDE LAS MURALLAS DE LA ALCAZABA, TAN DESCONOCIDA PARA MUCHOS ALMERIENSES («ALBA DESDE LAS TORRES»)

MULEY BUSCA EL ALBA

La primera vez que leí el alegato pacífico, y anegado en una sima interior desesperada, de Muley Francisco Núñez, intentando salvar a las familias moriscas y las revueltas que se avecinaban, me eché a llorar. El anciano morisco (que de niño había servido al arzobispo de Granada fray Hernando de Talavera, quien si fue acogedor y tolerante con los vecinos de nuestro reino) se dirige de manera humilde a Deza, presidente de la Chancillería, en uno de los discursos cívicos más impresionantes que conozco. En enero de 1567 se había dado a conocer una pragmática aterradora contra los moriscos granadinos, sostenida sobre el racismo de estado. La conversión al cristianismo había sido a la fuerza desde 1499, y a veces esperpéntica, rociando agua sobre multitudes asustadas. Cisneros había auspiciado el bautismo o la muerte.

En la sobrecogedora pragmática del siglo XVI no hay salida posible para los moriscos: han de renunciar a sus vestidos y costumbres. Han de negar su vida, su cultura, su identidad y su memoria. No podrán celebrar bailes ni zambras. Se les impide acudir a sus baños. Cada viernes han de tener abiertas las puertas de sus casas. Las mujeres han de llevar la cara descubierta. No podrán usar el sobrenombre antiguo de familia, ni hablar ni escribir su lengua arábiga, y antes de tres años serán conocedores de un impecable castellano. Tal intento de amputación, de raíz religiosa, que cercenaba todos los derechos, fue la que hizo intervenir a Muley, con una fuerza liberadora, que estremece.

Fue desmontando -con mente clara y asimilación de lo vivido- cada una de las graves acusaciones y prohibiciones extremas; pero la decisión aniquiladora ya estaba tomada, y sus palabras de diáfana humanidad no fueron suficientes para cambiar el curso de la historia, detener el oprobio, parar una guerra sangrienta, o evitar la expulsión de los moriscos de sus tierras, casas y apegos centenarios. (Esta siniestra afición a los destierros de los nuestros, a la tala, de tan demoledoras consecuencias).

Cuatrocientos años después de la expulsión de los moriscos, Muley, con su grandeza ética, que nos hace sentirnos hermanos y coetáneos suyos, vuelve con su defensa de la libertad. El hilo de su discurso sobre el respeto a los derechos de las gentes, y a la creencia ilimitada en el tejido de la convivencia, abrirá el despertar creativo de músicos, cantantes, bailarinas, poetas, soñadores o actrices, el último día de mayo, a las cinco de la mañana, en el Amanecer de la Alcazaba. Pues ha de ser este iluminador de la conciencia, quien esa madrugada nos lleve de la noche hasta el alba.

ALBA DESDE LAS TORRES

La contemplación fascinante de Almería, desde la altura de la Alcazaba, adquiere su emoción más gozosa con las primeras luces del Amanecer. La sensación es de éxtasis, y de invasión lenta y gratificante de la claridad que nace. Una fecundación de fulgor, que alimenta el espíritu. La copa que la ciudad regala –en su expresión máxima de entrega- a los madrugadores o noctámbulos. -Esta soy yo, tomadme; parece decirnos la medina, a los abandonados en esa luz primera, alumbramiento que exalta y embellece cuanto toca. El mar, en su amplitud, por el puerto y el Cabo, mueve sus tenues velos y la calma prolonga su frescor, como un poema de quietud aún por escribir. Sobre las casas de carnaciones tan humanas, y las azoteas sobrevivientes, el sol se da en amorosa suavidad.

Si la ciudad tiene un secreto atesorado es este: el de sus albas de infinita y cambiante belleza, contempladas y guardadas en el alma –para siempre- desde las torres de la Alcazaba. Para agasajar a quien amamos, le invitamos a degustar la hermosura de un Amanecer, desde la fortaleza. ¿Qué habrá de antiguo rito, de ceremonia de unidad con lo creado, en este gesto de atravesar la noche y compartir el gran misterio de la nueva luz?
Mañan
a mismo, con el Amanecer en la Alcazaba, un río de contempladores, ascenderá hasta sus altos, a las cinco de la madrugada, en una hora que pide renuncia y decisión, desprenderse del sueño para subir a la delicia. No hay aventura duradera, grabada en oro por el alma, ni verdadero crisol de creación sin sacrificio, que es a la postre manantial de placer.

Quienes mañana fluyan en la corriente ebria, descubrirán una sensibilidad de aroma nuevo, que va entre las mujeres y los hombres, repartida. ¿Público? ¿Espectadores? En esa hora todos son contempladores –asombrados- que participan en la creación colectiva de la poesía, que busca el esplendor. La densa noche nos dará sus llamas. Y avanzaremos descorriendo cortinajes oscuros, hasta dar con el grial de la luz. Ahí las torres defensivas, como miradores portentosos, volados a la ventura del mar y de la urbe. Y el encanto indescriptible del paseo, por los jardines y espacios vivos de la fortaleza, donde las aguas afinan sus voces entre fuentes y escalas, por las “escalerillas de agua” del poeta.

Con ser tanto, y de una emoción inabarcable, no es suficiente; pues el alba guarda el gran deleite de la canción, del teatro, la danza, la poesía, aromas y sabores, la conjunción del misterio, la historia y, la forma profunda en que el barrio de La Chanca dialoga, desde el Amanecer, con la Alcazaba, que es parte de su misma entraña.

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